Ya nos hemos encontrado antes con Isidoro, obispo de Sevilla de comienzos del siglo VII, y también con su obra más importante para la de las ideas clásicas, las Etimologías, cuyo título evidencia su concepción (no infrecuente en una época fascinada por los bolos y las alegorías) de que el camino hacia el conocimiento pasaba por conocer las palabras y sus orígenes.
En este trabajo cometió muchísimos errores (que las palabras tienen orígenes similares no significa necesariamente que los objetos o ideas que representan tengan igualmente una relación en común), pero su amplitud es extraordinaria y, además de los temas cristianos, la obra se ocupa de la biología, la botánica, la filología, la astronomía, el derecho, los monstruos, las piedras y metales, la guerra, los juegos, la construcción naval y la arquitectura, entre otras materias.
El gusto y placer con el que desarrolló su labor es, según Marcia Colish, indicio de su convicción de «que si armado con su amplísimo conocimiento, y armas que le proporcionaban las tijeras y la goma, no la cultura, ningún otro lo haría». de en la alta Edad Media las se con- virtieron en la obra de referencia estándar. (Como señala Charles ha Freeman, «referencia» es la palabra clave. «Hasta los siglos XM o XIII tenemos pocas pruebas de que estos textos hayan desempeñado alguna función de carácter edificante.»)
El historiador Norman Cantor sostiene que los transmisores no fueron ni pensadores originales ni maestros del lenguaje, sino maestros de escuela y autores de manuales. No obstante, dados peligros de la los época y la actitud de muchos cristianos hacia el pensamiento clásico y pagano, quizá fue una suerte que los transmisores tuvieran precisamente las virtudes necesarias para serlo. Gracias a ellos, la tradición clásica (o una proporción de los textos clásicos) se mantuvo viva.
Es el famoso San Isidoro? el de León?